La mencionada pulpa está conformada por un tejido notablemente blando y se encuentra recorrida por vasos sanguíneos; habitualmente se la denomina “nervio”. Por su parte, el diente presenta dos componentes: la corona –que es el sector visible y cuenta con una capa externa dura y resistente a la que se conoce como esmalte-; y la raíz. Debajo de la corona se ubica la dentina, y más abajo aún, el nervio. El esmalte es una suerte de escudo impermeable, pero lamentablemente no es del todo inexpugnable; cuando fracasa en su accionar debido al avance de una caries, la dentina queda vulnerable y expuesta y suele generarse dolor, tanto sea cuando se consumen alimentos como bebidas frías y/o dulces. Cuando esto sucede, los microorganismos responsables de la caries invadieron por completo la dentina y acceden al nervio.
Ante la situación anteriormente descripta, el tratamiento de endodoncia pasa por perforar la pieza dentaria, efectuar lavajes mediante un producto destinado a desinfectar (hipoclorito de calcio y sodio) y una serie de limas; el objetivo es quitar el contenido de la cámara que conforma la pulpa y desinfectar las paredes a través del frotado. Como se utiliza anestesia local, el procedimiento no ocasiona dolor. Y una vez que se desinfecta la cámara, y se la limpia, se la sella mediante un recurso medicinal.
Luego de completado todo el proceso, pueden manifestarse leves molestias –hay casos en el que el dolor es inexistente, y otros donde éste adquiere alguna intensidad, pero por lo común hay apenas un suave malestar que va quedando atrás luego de 4 días y que por otra parte prácticamente ni se siente gracias al uso de analgésicos.
Con estos pasos se completa la parte del tratamiento. No obstante luego tocará abordar la etapa de restauración del diente, lo cual tendrá que encararse en breve, a efectos de que la pieza recobre su apariencia y función. A tal fin se reemplazará el esmalte por otro material que resiste la abrasión.